Brams Stoker's Dracula
En esta edición de spooky season vamos a hablar bastante de #Vampiros. No podemos llegar al estreno de la Nosferatu de Robert Eggers sin estar preparados, así que vamos a ir entrando en clima desde ya.
Y cuando hablamos de vampiros, obviamente pensamos en él. El Conde Drácula, el vampiro más famoso, temido y deseado de todos. La obra de Bram Stoker publicada en 1897 no fue la primera aparición de vampiros en la literatura, pero sí fue la que estableció los tropos básicos sobre estas criaturas que se popularizaron hasta el día de hoy. En el caso de Drácula, el hecho de que se trate de un hombre aristocrático, poderoso y seductor es un aspecto crucial del personaje, y de los vampiros en general.
La sexualidad (y sensualidad) y el vampirismo siempre fueron de la mano, pero el erotismo en las adaptaciones no siempre fue igual de explícito. En el cine, fueron las películas de Hammer Films de los 50s y 60s las que introdujeron este maridaje entre los vampiros, el deseo, la seducción y la represión sexual, para que Francis Ford Coppola abrazara el terror gótico y el erotismo por completo en su película Bram Stoker’s Dracula de 1992.
Coppola, que está últimamente en boca de todos por el estreno de Megalópolis, venía de cerrar su trilogía de El Padrino cuando decide aceptar el proyecto (de hecho fue Winona Ryder quien le acercó el guion) de dirigir esta adaptación de una obra que él admiraba mucho, justamente por este componente “camp” que tiene Drácula y que se traduce tan bien en esta película. Si tenemos que describirla en pocas palabra diríamos que es camp, sensual y recargada. Todo en el buen sentido.
Algo que llama la atención de entrada en Bram Stoker’s Dracula es su despliegue visual y artístico. Desde la ya icónica secuencia de apertura que nos cuenta el pasado del Príncipe Vlad y la trágica muerte de su esposa (un agregado que no forma parte de la novela) con un estilo que pareciera evocar el cine de principios de siglo, con el uso de contraste de sombras y contraluz como en la Nosferatu de Murnau.
Coppola dijo que quiso aprovechar el hecho de que el libro se haya publicado en 1897, casi al mismo tiempo que el invento del cine (de hecho es junto al cinematógrafo cuando Dracula y Mina conectan por primera vez), para filmar esta película como se hubiera hecho en ese entonces.
Uno de los tres Oscars que se llevó esta película es obviamente el de vestuario, porque pocas veces se han visto trajes de este nivel. La armadura de Dracula en la secuencia inicial, el traje gris con sombrero y gafas paseando por Londres, los vestidos de Mina y Lucy, su atuendo para su velorio. Todos son de una belleza conmovedora, y es notorio que hay un cuidado especial en el diseño de vestuario ya que Coppola prefirió concentrarse en este aspecto por sobre los sets, para poder abaratar presupuestos. “Los vestuarios eran los verdaderos sets”, dijo.
Volviendo al erotismo y la sensualidad de los vampiros, esta película se estrena al comienzo de una década donde en el cine mainstream no faltaban escenas hot. Desde la segunda mitad de los ‘80s y durante los 90s, los thrillers eróticos explotaban en taquilla y aunque los mensajes alrededor del sexo no siempre eran liberadores (como es el caso de Lucy acá y personajes similares en otras historias, tener deseo sexual generalmente es castigado), lo cierto que es que se veía. Y vendía. Dracula tiene contenido erótico y toca un poco el deseo reprimido de las mujeres de la época y de cierta clase social, es bastante horny y con compenentes queer también.
Más allá de algunas decisiones de casting que no funcionan mucho -Keanu Reeves-, el elenco es buenísimo y todos entienden el tono de la película en la que están. Anthony Hopkins es un gran Val Helsing, Winona una Mina vulnerable pero decidida, y Gary Oldman se pone en los zapatos del Conde después de otros legendarios actores, y logra ser igual de icónico y memorable.
Bram Stoker's Dracula logra explotar al máximo el cine como arte visual. Coppola aprovecha cada artificio para darnos una película tan preciosa como exagerada y sin ninguna vergüenza, que a veces se extraña. Un exponente muy alto del romance gótico que disfruto un montón.
Si quieren verla o revisitarla, está en Max.