Camila
Se cumplen cuarenta años del estreno de una de las películas más importantes del cine nacional, y específicamente del cine argentino hecho por mujeres. María Luisa Bemberg filmó Camila a sus 61 años, en una Argentina con un contexto sociopolítico muy delicado. Se estaba terminando la dictadura y Camila se estrena apenas se había vuelto a restaurar la democracia.
Maria Luisa Bemberg, con su corta carrera cinematográfica, se convirtió en uno de los símbolos feministas más importantes de nuestro cine. Cada una de sus películas mostraba su activismo y una clara ideología política. Por eso no resulta extraño que haya decidido contar la trágica historia de Camila O’Gorman, y que lo haya hecho de la forma en que lo hizo.
“¿Te gustan las historias de amor?” Le pregunta su abuela a una muy joven Camila en la primera escena de la película, ya marcándonos qué historia estamos a punto de ver y, aún más importante que eso, el papel que van a jugar las mujeres en ella. “No sé”, responde la pequeña Camila y el plano se congela. Me gusta mucho cómo Maria Luisa decide incluir a la abuela en la película, tiene una escena clave después de la inicial donde la vemos recluida en un altillo, donde le cuenta a su nieta sobre su propia historia de amor escandalosa mientras leen las cartas apasionadas que le enviaba el virrey. “Seguí, que las cartas de amor se marchitan si no se vuelven a leer”, es una de las tantas frases románticas memorables que tiene esta película.
Camila sucede en la Buenos Aires de mediados del siglo XIX, durante el segundo gobierno de Rosas en una argentina dividida y violenta, donde la autoridad del Estado y de la familia eran estrictas e incuestionables. Maria Luisa Bemberg al decidir contar esta película desde el punto de vista de nuestra protagonista, pone el foco en la represión absoluta que vivía la mujer y que nuestra heroína se atreve a desafiar.
Estado, Familia e Iglesia. Todas instituciones regidas patriarcalmente decidiendo sobre el futuro de las mujeres. “El destino de la mujer es un convento o el matrimonio”, dice en un momento Adolfo O’Gorman, quien personifica la autoridad patriarcal en la película, ya que Juan Manuel de Rosas no aparece, aunque está omnipresente en diálogos, cuadros, y en el color rojo de la dirección de arte y vestuario.
Camila es presentada desde un comienzo como una chica romántica, idealista, inteligente, y sobre todo independiente y valiente. Disfruta de leer aún los libros prohibidos y de cuestionar todos los mandatos impuestos por las instituciones. Camila piensa, siente, se pregunta, decide y opina sin miedo.
Pero lo más hermoso de todo es el ingrediente erótico de esta película, y cómo ese elemento también está enfocado desde el punto de vista femenino. La historia de Camila O’Gorman podría haber sido contada de otra forma, una en donde ella es sumisa y víctima de un hombre que la manipula o la obliga a fugarse. Pero esta es una película de Maria Luisa Bemberg, y acá Camila es quien seduce a Ladislao, quien da el primer paso y luego se atreve a sentir amor y placer. El primer contacto que tienen los trágicos amantes es justamente en la Iglesia, separados por la cabina del confesionario. Camila no ve a Ladislao, pero se inquieta cuando oye la voz de un hombre que no es su confesor habitual. El siguiente contacto, mientras Camila juega al “gallito ciego”, también incluye una barrera visual. Camila no puede verlo, pero sí tocarlo. Un momento lleno de carga erótica, casi tanto como el primer beso apasionado cuando Ladislao le pregunta “¿Qué voy a hacer contigo Camila?” y ella le responde “Lo que usted quiera, padre”. El amor y la pasión fueron inventados acá.
La historia de los jóvenes amantes prohibidos y trágicos ya fue contada antes, pero Camila se estrena en un momento de la historia del cine y de nuestro país donde resulta un acto de activismo y revolución enorme, que se convirtió en un éxito y un símbolo de lucha y de cine feminista.
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