Licorice Pizza
“Nostalgia, delicada pero potente… significa el dolor de una vieja herida. Es una punzada en tu corazón mucho más poderosa que la memoria” Una de las definiciones más precisas de esta compleja emoción la da Don Draper en Mad Men. Si hay una emoción que cubre por completo Licorice Pizza, la nueva película de Paul Thomas Anderson, es la nostalgia. Pero no hablo de la nostalgia barata muchas veces sobreexplotada en el entretenimiento actual, donde se especula despertar esta punzada tirándote unos cuantos nombres o personajes, sino de plasmarla en una película que bien podría ser una materialización de los recuerdos de alguien. Como una máquina del tiempo, volviendo a citar a Don.
Paul Thomas Anderson vuelve al San Fernando Valley de los 70s para mostrarnos el romance inesperado entre Gary (Cooper Hoffman) y Alana (Alana Haim), dos encantadores jóvenes que entre corridas por las calles, canciones de Wings, emprendimientos fallidos, anécdotas con estrellas de Hollywood y crisis de gas oil, van a coquetear y enamorarse. Es la primera vez actuando de ambos, pero claramente llevan el carisma en la sangre, y con un director que sabe explotar sus fortalezas, el resultado son dos interpretaciones muy naturales que te compran desde la escena en que se conocen. Hay cuestiones extra-película que contribuyen a que todo se sienta muy realista y personal para PTA: Cooper es el hijo de Philip Seymour Hoffman quien fue su amigo y habitual colaborador, así que elegirlo para protagonizar es un gesto hermoso. Al verlo no podés evitar pensar en su papá, el parecido es evidente y vuelve aún más poderoso todo. En el caso de Alana, el hecho de que su familia real interprete a su familia en la película también contribuye a este realismo. Su relación con las HAIM es muy cercana, dirigió varios de sus videos y su madre fue su profesora. Hay amor en cada elección de casting.
La trama no es lo importante en esta película, lo que te llevás después de verla es la relación entre dos personajes hermosos y encantadores. La diferencia de edad no es algo que Anderson evite, está presente durante toda la película, pero creo que logra salirse con la suya porque a pesar de que las hormonas y el deseo están ahí, el vínculo es muy dulce, inocente y bastante casto. Gary tiene 15, pero actúa con la seguridad de alguien de más edad. Alana por el contrario se siente estancada y disfruta de juntarse con chicos más jóvenes que la hagan sentir la madura y cool del grupo.
Algo que le quiero agradecer a PTA es que sus dos comedias románticas no están protagonizadas por actores ultra hegemónicos ni modelos salidos de publicidades. Alana me parece hermosa, pero no es Emma Stone, viene de otro palo. Me encanta ver rostros interesantes como el de ella o como el de Cooper protagonizando películas de este estilo.
Hay varios cameos de actores reconocidos interpretando a personajes típicos del L.A. de los ‘70s: Sean Penn en una especie de William Holden y Bradley Cooper interpretando a Jon Peters, el singular peluquero devenido en productor que protagoniza una de las secuencias más entretenidas e intensas de toda la película. Incluso Benne Safdie tiene una participación en una subtrama de un político con una vida oculta que bien podría ser parte de otra excelente película. A través de Gary y Alana tenemos una radiografía de una ciudad y una década que vio crecer a PTA, algo similar a lo que hizo Tarantino en Once Upon a Time in Hollywood. Ambos films son básicamente nostalgia con el estilo singular de cada uno, aunque creo que en el caso de Anderson esta es su historia más fresca y pura hasta el momento.
Me pasó de disfrutar cada minuto y no querer que termine… y de salir corriendo a escuchar el soundtrack, por supuesto. ¿Ya la vieron? ¿Qué les pareció?