West Side Story
El otro día Guillermo del Toro en un hilo de twitter en el que elogiaba a West Side Story dijo que “el cine no está escrito en términos de temática, historia o personajes, sino en términos pictóricos y sinfónicos. Hablar únicamente de la dramaturgia en una película es como describir un Van Gogh como un cuadro con unas flores.” Bravo Guillermo, excelentemente explicado. El cine no es un arte escrito, es un arte visual con su propio lenguaje, y nadie es tan fluido en él como Steven Spielberg.
En su nueva película, una nueva adaptación del clásico musical de 1957, demuestra una vez más su talento para la puesta y la destreza con la que es capaz de contar visualmente una historia. Desde el primer largo paneo sobre los escombros y ruinas de lo que se convertirá en el Lincoln Center de NY hasta que nos topamos con el primer personaje que sale de abajo de la tierra, sentís que ya te contó un montón de cosas en muy pocos segundos, estás en buenas manos.
West Side Story tuvo una adaptación en 1961 que es considerada un clásico -ganó el Oscar a Mejor Película entre otros- y es una de las películas favoritas de Spielberg, por eso se encargó de insistir que esta no es una remake del film de Robert Wise, sinó una nueva adaptación del musical cuyo soundtrack sonó en su casa desde que él tenía 10 años y se memorizó las canciones. Con esta nueva versión quiso plasmar su amor por el material original.
La historia es clásica y vista muchas veces, de hecho es una versión de Romeo y Julieta: dos pandillas enfrentadas y dos jóvenes de bandos distintos que se enamoran. No son Montescos y Capuletos sino Jets -los gringos- y Sharks -puertorriqueños-. En lugar de Romeo y Julieta son Tony y Maria. Lo verdaderamente especial de la nueva West Side Story es la magia y energía que le da la cámara de Spielberg a cada secuencia.
En cierto modo Spielberg siempre dirigió sus escenas como si fueran musicales, su cámara nunca es estática ni tampoco sus actores. Aunque se trate de una escena de diálogo, siempre hay coreografías que vuelven las composiciones de planos y escenas más interesantes.
La fotografía de Kaminski es más bella que nunca, usando las luces ultrabrillantes para iluminar a los personajes de forma que parezca un espectáculo en un escenario. Los colores y los flares contribuyen a la belleza de las imágenes volviendo una escena de un matrimonio que podría ser bastante empalagosa, algo precioso de ver.
A pesar de que la historia es clásica, no se puede evitar notar que es una de las películas más oscuras de Spielberg, quien siempre se caracteriza por terminar en una nota de luz; acá no evita momentos violentos, duros de ver -en especial uno con Anita- y el último plano tiene una nota un tanto lúgubre. El aspecto racial y de “grieta” estaba vigente cuando Bernstein, Sondheim y Laurents escribieron el musical, pero sigue más relevante que nunca.
El elenco está integrado en su gran mayoría de caras nuevas para el cine, pero que ya se sienten estrellas: se destacan especialmente Ariana DeBose (la bala de Hamilton!) que es favorita para el Oscar -como lo fue Rita Moreno por el mismo papel en 1961-, Mike Faist como Riff y Rachel Zegler como Maria. Ansel Elgort es la nota falsa, que desentona aún más por estar rodeado de gente tan talentosa.
Otra película mágica de Spielberg que al menos para mí se hizo desear, pero lo valió absolutamente.
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